Y la muerte no tendrá dominio

Gabriela Baby

“Lo que sabemos de nosotros mismos viene dado en las historias que leemos, en las películas, en las novelas, en las revistas de moda. Si quieren saber de África, lean nuestras historias”, dice Chris Abani, autor de Abigail y de varios libros de cuentos y poemas. Abani, que es profesor en Northwestern University (en Illionois, EEUU) y sobreviviente de la cárcel nigeriana que lo condenó a muerte – unos amigos sobornaron a los guardias para rescatarlo – también se pregunta: “¿Qué sabemos de África nosotros, los africanos? No hay identidad pura. Hay solamente ciertas condiciones de humanidad que se ven en las historias que nos contamos”.

Y son estas condiciones de humanidad las que brillan como destellos en esta novela oscura, enigmática desde su estructura, de tema terrible y trasfondo cruel. Porque para Devenir Abigail o Llegar a ser Abigail - ambas traducciones posibles de Becoming Abigail, título original de la novela – la protagonista, una niña nigeriana de 14 años, despliega ante el lector un repertorio de juegos y poemas que encienden al personaje y a la vez lo recortan del territorio marginal y oscuro que los adultos le ofrecen para desarrollar su vida.

Ante un mundo adverso, Abigal ilumina su interior: se inventa recuerdos, juega con mapas, se canta poemas, marca su cuerpo y un día conoce a Derek. Pero antes de este momento, la violencia ha calado su vida y ha empujado a la niña a realizar acciones drásticas, más allá de su propio entendimiento. Las imágenes de un recuerdo y otro desarman el tiempo de la novela, es Ahora y es Entonces; las palabras no alcanzan para nombrar la violencia. Por eso Abigail se busca. Se está buscando. Y el lector asiste a este momento de exploración de Abigail sobre ella misma.

La vemos entonces a orillas del río Tamésis, en el espacio oracular de las esfinges que custodian –erradamente, dice la novela–, la aguja de Cleopatra. Entre una guardiana y otra, traídas desde un África tan enigmático como Abigail, la niña despliega su aullido silencioso.

Y rememora poemas: ¿A qué podría asemejarse nuestra vida en la tierra?/ A una bandada de gansos, /alineándose en la nieve./ Dejando algunas veces la huella de su paso./ Abigail repite los versos de Su Shi a orillas del río y piensa que debería grabárselos en el cuerpo. Y también viene a su mente la poesía del emperador Wu: Desde los tiempos más distantes /los años fluyen como agua/ todo pasa ante mis ojos. Y engarzando poemas llegará Dylan Thomas: Y la muerte no tendrá dominio, poema de pasaje entre la que fue y la que podría ser, una clave de lectura.

Todos los versos citados se templan en una prosa narrativa que ha sido trabajada con la precisión amorosa del escritor poeta. Un tramado de palabras y silencios que despliegan saltos en el tiempo y en los espacios –los parques de Greenwich, la cocina familiar en la casa de la aldea, Abigail bebé envuelta en una manta –; registro y cadencia que permiten pasar de un personaje a otro sin altibajos – Derek con sus ojos celestes, el padre de Abigail que quiere y no puede, y también la prima Mary, muda para siempre ante el horror de su propia vida.

Entre el silencio de las dos esfinges, con palabras de la poesía y el grito ahogado de la crueldad más tremenda, Abigail se busca. “La única manera que tengo de ser humano es que tú reflejes tu humanidad hacia mí”, explica Abani la razón de ser del ubuntu, quizá la finalidad de toda escritura y arroja al mundo esta historia para que el lector refleje su propia humanidad en Abigail, a punto de ser Abigail.

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